El Viernes pasado fue la última clase del año en Yoga50.
A principio de este año quise hacer un curso intensivo de Yoga Terapéutico con la genia de Jillian Pransky pero no tenia ni la plata ni el tiempo para hacerlo. Como muchas otras cosas, guardé el proyecto en un rincóncito de mi cabeza y esperé a que se alinearan mejor los tiempos. Y acá estoy en Nueva York lista para empezar mi entrenamiento.
Me doy cuenta que me resulta dificil vivir en el presente en esta época del año. Las expectativas y exigencias de mi training, la alegria de reencontrarme con amigas en la ciudad, el obligado balance del año que hacemos cuando nos acercamos a fin de año, empezar a generar los nuevos proyectos para el año próximo. Mi cabeza está a mil.
Y en el medio de todo estos pensamientos, vuelvo a estudiar. En Yoga, como en un montón de otras vocaciones o profesiones, hay que estudiar. Creo que la formacion te diferencia y te eleva.
Cuando me decidí a dar clases fue inevitable pensar en los maestros que tuve en Japón. Aquellos que resonaron más conmigo tenían una formación sólida y amor por enseñar. Esa combinación es maravillosa. Enseñar te da la posibilidad de practicar la compasión, la empatía y la paciencia. Te ayuda a tener presente que tus alumnos no son tuyos pero que mientras practican con vos, se merecen todo tu respeto y cariño. Y si cultivas el amor en tu estudio, de a poco se crea una comunidad.
Hace mucho Maty Ezraty, una instructora increible con quien estudié en Tokyo dijo al finalizar su workshop «aprendamos a honrar nuestros esfuerzos». Este es el mantra para el viaje que ya empecé. Porque al final todos las grandes cosas tienen comienzos pequeños y es el esfuerzo y el cuidado que ponemos lo que hace que crezcan.
A las queridas alumnas de Yoga50, no dejen de practicar en los próximos meses! Cuidense, coman sano, hagan sus asanas, sus meditaciones y sus pranayamas. Como dice mi maestra «a little + often =a lot» (un poquito cada día, es un montón).
Namaste
Mumi xox
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